lunes, 9 de enero de 2012

Los cubanos y la libertad de movimiento

Fuente: El país de España
Por: Rafael Rojas

Los últimos días de 2011 produjeron algunas noticias cubanas que nos ayudan a comprender las ambivalencias del capitalismo autoritario que se implementa en la isla. Junto a una reforma crediticia, que facilitaría la consolidación del emergente sector no estatal de la economía cubana, el Gobierno de Raúl Castro decretó duelo oficial por la muerte del más retrógrado de los últimos dictadores comunistas del planeta, el norcoreano Kim Jong-il, y diluyó una reforma migratoria elaborada y defendida por el ala aperturista del poder.

Es importante retener las palabras de Raúl Castro en la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular. No dijo entonces que la reforma migratoria se “posponía” o se “aplazaba”, sino que sería “introducida paulatinamente”. Si esto último quiere decir que las transformaciones de la obsoleta e injusta legislación migratoria cubana no conformarán una reforma integral, sino un conjunto de disposiciones “paulatinas”, la ciudadanía de la isla y los más de dos millones de emigrantes cubanos ya pueden hacerse una idea de lo limitadas y demoradas que serán las mismas.

Dijo también Castro, que La Habana había recibido, en los últimos años, “exhortaciones bien o mal intencionadas” de una reforma migratoria. “Buena” o “mala”, la más completa de esas exhortaciones fue el informe La diáspora cubana en el siglo XXI, elaborado por el Cuban Research Institute de la Florida International University, en el que intervinieron algunos de los más reconocidos académicos cubanos en Estados Unidos, como los profesores de Harvard, Jorge I. Domínguez, y de Pittsburgh, Carmelo Mesa Lago; el experto en temas migratorios, Jorge Duany, de la Universidad de Río Piedras, en Puerto Rico, y el exdiplomático e historiador Juan Antonio Blanco.

Dicha propuesta tiene la ventaja de que no solo contempla las medidas que debería adoptar La Habana —fin de permisos de entrada y salida, múltiple ciudadanía, despenalización de la “salida definitiva”, rebaja de precios consulares, homologación de títulos, programas de repatriación, reconocimiento de derechos económicos, civiles y políticos de los emigrantes…—, sino que hace recomendaciones, también, a Washington, para que flexibilice las trabas migratorias que impone a los cubanoamericanos el embargo comercial. Se trata, por tanto, de una reforma migratoria que expresa el deseo mayoritario de los cubanos, dentro y fuera de la isla, y que propone la transición de un Estado nacionalista a otro transnacional, como el que se abre paso en muchos países caribeños y latinoamericanos.

El Gobierno ve como una amenaza la normalización de los vínculos con los exiliados

Cualquier medida que adopte en los próximos meses o años el Gobierno de Raúl Castro en materia migratoria será tan solo una aproximación a esa necesaria e inevitable reforma. Si ese Gobierno no se atreve, siquiera, a eliminar los permisos de entrada y salida, cómo imaginar que en el corto plazo pueda conceder a los exiliados una garantía constitucional tan básica en las democracias contemporáneas como el derecho a voto. Las razones que aducen los gobernantes cubanos para justificar tal moratoria vuelven al rancio subterfugio de la amenaza a la seguridad nacional. Cuando si algo podría acelerar el fin del embargo comercial y de la política de Estados Unidos sería, precisamente, una reforma migratoria que impulse la reunificación familiar y el contacto entre los cubanos de la isla y el exilio.

Una vez más, el Gobierno de Raúl Castro pone en evidencia que los tiempos de su “cambio” no son los de la ciudadanía cubana. La liberación de 2.900 presos —muchos de ellos condenados por delitos contra la “seguridad del Estado”, aunque considerados “comunes” y no políticos— se ofrece, casi, como regalo navideño al papa Benedicto XVI en la coyuntura previa de su viaje a La Habana.

Sin embargo, una reforma migratoria, que también podría encontrar justificaciones coyunturales o de corto plazo, se pospone indefinidamente. Los indultos siempre serán bienvenidos en la comunidad internacional, pero más lo serían si vinieran acompañados, al menos, de una comprensión de que la existencia de presos políticos en las cárceles cubanas es consecuencia de las instituciones y leyes antidemocráticas que imperan en la isla.

Por mucha suspicacia que se empeñe, no hay forma de imaginar cómo la eliminación de los permisos gubernamentales de salida y entrada puede amenazar la soberanía cubana. En todos los países del mundo existen métodos de control migratorio que impiden la internación de terroristas, y a un Estado policiaco, como el cubano, le sobran recursos en esa materia.

Es evidente, por tanto, que el concepto de seguridad nacional con que opera el Gobierno insular no es el que se basa en verdaderas perturbaciones de la paz social o de la soberanía del país sino el que entiende como amenaza la movilidad y la comunicación de la ciudadanía con el mundo y de la diáspora cubana con su sociedad de origen.

Dicho de otra manera, para el Gobierno de Raúl Castro las mayores amenazas son la libertad de movimiento y la reconciliación nacional. Un proceso de normalización de los vínculos entre cubanos de la isla y el exilio, que deshaga, en pocos años, la estigmatización de los exiliados como enemigos de la nación, es visto con miedo o recelo por una clase política que depende de la fabricación de “mercenarios” para su subsistencia.

Si mañana los opositores pacíficos cubanos, vivan dentro o fuera de la isla, pudieran circular libremente y hacer contacto con la población, asociarse y expresarse como en cualquier democracia del planeta, el totalitarismo no tendría razón de ser.

Los defensores acríticos de las reformas raulistas quieren convencernos de que la capitalización emprendida en La Habana modernizará la sociedad cubana. Tal vez tengan razón. Solo que ninguna modernización sin democracia ha producido una verdadera modernidad. La tecnocracia excomunista cubana del siglo XXI está demostrando la misma ortodoxia autoritaria que la tecnocracia neoliberal latinoamericana de fines del siglo XX. Esa tecnocracia está dispuesta a tolerar enclaves de mercado, mutación de burócratas en empresarios, empobrecimiento de amplios sectores de la población, pero nunca tolerará que desaparezca, en la esfera ideológica y policiaca del régimen, la figura del enemigo.

Reformas migratorias

Por: MIGUEL COSSIO

La burocracia media-alta cubana se siente frustrada con su amado líder, y no es para menos. En casi cuatro años formales al frente del gobierno, Raúl Castro parece haberse especializado en el arte de repartir atole con el dedo a diestra y siniestra. Esto es, embaucar, engañar y entretener a quienes cree son sus súbditos tontos.

El atole es esa bebida mexicana, caliente y dulzona, hecha a base de harina de maíz y agua, que se aplica con el dedo sobre los labios de un niño para calmar sus lloriqueos. Eso es lo que hace el general al prometer una reforma a la política migratoria, que de golpe y porrazo, con un discurso gris, decide dilatar hasta las calendas griegas.

En la isla no fueron pocos los burócratas y simpatizantes del régimen que se esperanzaron con el anuncio de un posible cambio migratorio, que produciría en teoría más dinero y beneficios para ellos y el gobierno del que sobreviven. Un jugoso premio les esperaba con la liberación de las vigentes normas de salida y entrada al país de ciudadanos y exiliados. El ingreso de capital fresco e inversiones, por pequeñas que éstas fueran, que dinamizarían la alicaída economía. Una necesaria compensación a las políticas adoptadas durante el Raulato: el trabajo por cuenta propia, el reparto de tierras ociosas como incentivo a la producción agropecuaria y la compraventa de propiedades inmuebles y vehículos, entre otras medidas. Se frotaban las manos con una reforma migratoria, vista sólo a través del prisma de la economía y la política domésticas, acorde con la exigencia de los tiempos. Era la apuesta a una última reforma como antesala al próximo combate, que allanaría el terreno a la generación Putin cubana, en febril apogeo hoy dentro de los cuarteles castristas. Me refiero a los familiares y cercanos de Fidel y Raúl, noveles militares éstos, viejos intelectuales, empresarios y burócratas de reciente camada.

Pero si alguna lección aprendieron el general y su hermano, el ahora compañero Fidel, deAlemania Oriental fue que abrir las compuertas derrumba el Muro que los sostiene, y que la más mínima apertura política sobre asuntos sensibles conduce a un desenlace similar al de Europa del Este y la desintegrada URSS. Para el general, los viajes y el intercambio libre entre cubanosde ambas orillas del estrecho de la Florida siguen significando un peligro mayor, que a corto plazo traen nocivas secuelas políticas al proyecto de hacer perdurar el régimen.El Muro de Berlín cayó la tarde del mismo día (9 de noviembre de 1989), en que el portavoz del Comité Central del todavía gobernante Partido Socialista Unificado alemán (SED), Gunter Schabowski, anunció en una conferencia a la prensa internacional la nueva legislación que autorizaba a los alemanes del Este a viajar o emigrar al extranjero sin condiciones.

Mijail Gorbachov, tan criticado y odiado por los Castro desde su llegada al poder, intentó transformar el socialismo soviético, primero con la Uskorenie o proceso de aceleramiento de la economía y luego con la Perestroika y la Glasnost. Aquellas pretensiones de Gorby, de refundar el modelo económico y abrir la transparencia informativa a la sociedad, no pudieron salvar a un sistema improductivo, erigido sobre los pilares del totalitarismo más despiadado. Es decir, la anulación del individuo en aras de un colectivismo irracional.

Dudo que Raúl Castro haya pasado por alto tales antecedentes antes de largar su discurso en la Asamblea del Poder Popular, donde justificó su decisión de aplazar la reforma migratoria repitiendo que “Cuba vive circunstancias excepcionales”,a causa de “la política injerencista y subversiva de Estados Unidos, siempre a la caza de cualquier oportunidad para conseguir sus propósitos”.

Con voz metálica, carente de emoción, como si estuviera declamando una orden militar, el general afirmó que actuaría sin apresuramientos ni improvisaciones, porque el destino de la revolución estaba en juego. El general comprende perfectamente lo que representaría la caída del Muro migratorio castrista. Los dictadores aprenden para embrutecerse mejor.La aplazada, por no decir cancelada, reforma migratoria es una demanda por los derechos civiles de la población, tal como están consagrados en las convenciones internacionales sobre los derechos humanos. Limitarla al plano de los intereses económicos de cualquiera de las partes es caer en el juego burocrático y engañoso de la dictadura. El pueblo cubano reclama su derecho a entrar y salir libremente de su país, sin tarjeta blanca ni restricción alguna. Ese es el fondo del asunto, y la negativa o posposición ad aeternum del castrismo es la más clara demostración de su atropello constante. Y de su miedo, el pánico a que se les caiga el sistema como un merengue a la puerta de un colegio.