lunes, 9 de enero de 2012

Reformas migratorias

Por: MIGUEL COSSIO

La burocracia media-alta cubana se siente frustrada con su amado líder, y no es para menos. En casi cuatro años formales al frente del gobierno, Raúl Castro parece haberse especializado en el arte de repartir atole con el dedo a diestra y siniestra. Esto es, embaucar, engañar y entretener a quienes cree son sus súbditos tontos.

El atole es esa bebida mexicana, caliente y dulzona, hecha a base de harina de maíz y agua, que se aplica con el dedo sobre los labios de un niño para calmar sus lloriqueos. Eso es lo que hace el general al prometer una reforma a la política migratoria, que de golpe y porrazo, con un discurso gris, decide dilatar hasta las calendas griegas.

En la isla no fueron pocos los burócratas y simpatizantes del régimen que se esperanzaron con el anuncio de un posible cambio migratorio, que produciría en teoría más dinero y beneficios para ellos y el gobierno del que sobreviven. Un jugoso premio les esperaba con la liberación de las vigentes normas de salida y entrada al país de ciudadanos y exiliados. El ingreso de capital fresco e inversiones, por pequeñas que éstas fueran, que dinamizarían la alicaída economía. Una necesaria compensación a las políticas adoptadas durante el Raulato: el trabajo por cuenta propia, el reparto de tierras ociosas como incentivo a la producción agropecuaria y la compraventa de propiedades inmuebles y vehículos, entre otras medidas. Se frotaban las manos con una reforma migratoria, vista sólo a través del prisma de la economía y la política domésticas, acorde con la exigencia de los tiempos. Era la apuesta a una última reforma como antesala al próximo combate, que allanaría el terreno a la generación Putin cubana, en febril apogeo hoy dentro de los cuarteles castristas. Me refiero a los familiares y cercanos de Fidel y Raúl, noveles militares éstos, viejos intelectuales, empresarios y burócratas de reciente camada.

Pero si alguna lección aprendieron el general y su hermano, el ahora compañero Fidel, deAlemania Oriental fue que abrir las compuertas derrumba el Muro que los sostiene, y que la más mínima apertura política sobre asuntos sensibles conduce a un desenlace similar al de Europa del Este y la desintegrada URSS. Para el general, los viajes y el intercambio libre entre cubanosde ambas orillas del estrecho de la Florida siguen significando un peligro mayor, que a corto plazo traen nocivas secuelas políticas al proyecto de hacer perdurar el régimen.El Muro de Berlín cayó la tarde del mismo día (9 de noviembre de 1989), en que el portavoz del Comité Central del todavía gobernante Partido Socialista Unificado alemán (SED), Gunter Schabowski, anunció en una conferencia a la prensa internacional la nueva legislación que autorizaba a los alemanes del Este a viajar o emigrar al extranjero sin condiciones.

Mijail Gorbachov, tan criticado y odiado por los Castro desde su llegada al poder, intentó transformar el socialismo soviético, primero con la Uskorenie o proceso de aceleramiento de la economía y luego con la Perestroika y la Glasnost. Aquellas pretensiones de Gorby, de refundar el modelo económico y abrir la transparencia informativa a la sociedad, no pudieron salvar a un sistema improductivo, erigido sobre los pilares del totalitarismo más despiadado. Es decir, la anulación del individuo en aras de un colectivismo irracional.

Dudo que Raúl Castro haya pasado por alto tales antecedentes antes de largar su discurso en la Asamblea del Poder Popular, donde justificó su decisión de aplazar la reforma migratoria repitiendo que “Cuba vive circunstancias excepcionales”,a causa de “la política injerencista y subversiva de Estados Unidos, siempre a la caza de cualquier oportunidad para conseguir sus propósitos”.

Con voz metálica, carente de emoción, como si estuviera declamando una orden militar, el general afirmó que actuaría sin apresuramientos ni improvisaciones, porque el destino de la revolución estaba en juego. El general comprende perfectamente lo que representaría la caída del Muro migratorio castrista. Los dictadores aprenden para embrutecerse mejor.La aplazada, por no decir cancelada, reforma migratoria es una demanda por los derechos civiles de la población, tal como están consagrados en las convenciones internacionales sobre los derechos humanos. Limitarla al plano de los intereses económicos de cualquiera de las partes es caer en el juego burocrático y engañoso de la dictadura. El pueblo cubano reclama su derecho a entrar y salir libremente de su país, sin tarjeta blanca ni restricción alguna. Ese es el fondo del asunto, y la negativa o posposición ad aeternum del castrismo es la más clara demostración de su atropello constante. Y de su miedo, el pánico a que se les caiga el sistema como un merengue a la puerta de un colegio.

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